¡Hola a todos! ¡Espero que estén muy bien!
¿Qué les parece si vamos recordando lo que estuvimos aprendiendo estos días? Esta semana va toda junta en el área de Ciencias Sociales porque los días anteriores trabajamos mucho oralmente y con imágenes.
Les dejo por acá algunas fotografías que estuvimos viendo de la Ciudad de Buenos Aires y algunas pinturas con las que las comparamos. También hablamos acerca de por qué se llama "Época Colonial" a este período de la historia y fuimos explicando algunos de los hechos históricos. ¡Pero todavía nos queda mucho por aprender!
Ahora, ¡a observar!
¿Y se acuerdan qué hicimos después de toda esta información? Les leí un cuento, llamado "Motitas va a la ciudad" y les pedí que se fueran imaginando todo lo que este personaje vivía. Les dejo el cuento por si lo quieren releer:
Motitas va a la ciudad
Una vez, hace muchos años, había un negrito que se llamaba Martín, pero todos le decían “Motitas”, porque tenía el pelo cortito lleno de rulos muy bonitos.
Motitas trabajaba con su mamá en una casa grande que sus amos tenían en el campo. Pero una vez, justo en un momento muy importante de nuestra historia, Motitas viajó a la ciudad. ¿Por qué? Porque tenía que acompañar a las hijas del amo que iban a visitar a sus parientes. Motitas iba a caballo junto a su mamá y otros dos sirvientes de la familia, acompañando a las señoritas, que viajaban en un coche tirado por cuatro caballos que manejaba un cochero. El viaje fue muy largo, pero Motitas no se cansaba nunca, contento como estaba de conocer un lugar nuevo.
Cuando llegaron a Buenos Aires, no le alcanzaban los ojos para mirar. —¡Cuántas casas, mamá! —gritaba Motitas—. ¡Mirá, y esa tiene un aljibe en el patio! Al fin llegaron y Motitas, su mamá y los otros dos esclavos —Tomás y Filemón— se acomodaron con los otros sirvientes de la casa. ¡Qué hambre tenía Motitas! Por suerte les dieron para comer choclos asados y carbonada. Y juntos, después, todos tomaron mate.
Motitas pasó el día trabajando en los quehaceres que le encargaron: lustró los zapatos de las señoritas, llevó a su mamá las ropas que ellas le dieron para lavar y planchar, ayudó a entrar el agua que traía el aguatero, dio de comer a las gallinas, ayudó a revolver el dulce de leche que estaban haciendo en la cocina y pasó mucho rato barriendo las hojas caídas de los árboles que estaban en el patio y la vereda… ¡Pero no veía la hora de ir otra vez a la calle para seguir viendo la ciudad!
Por eso, cuando el negro Filemón le dijo que saldría a entregar una carta a la casa de otra familia, Motitas lo volvió loco con sus pedidos:
—¡Llevame, Filemón, que me porto bien! ¡Más que bien me porto yo!
Tanto insistió Motitas que, al final, con el permiso de las señoritas, Filemón lo llevó con él caminando por la calle. Motitas miraba con atención los faroles encendidos en las esquinas. —Filemón —preguntó—. ¿Y quién enciende esos faroles tan altos?
—¡Quién va a ser, m’hijito! ¡Los faroleros! —contestó Filemón riendo.
—Filemón —volvió a preguntar Motitas— ¿los faroleros son gigantes? ¡Porque mirá que están altos los faroles!
—Pero no, Motitas. —Se reía Filemón—. Cada farolero lleva una escalera al hombro y se sube para encender los faroles. De pronto sintieron unos pasos: toc, toc, toc. Motitas tuvo miedo y le dio la mano bien fuerte a Filemón.
—¿Qui… quién viene ahí? —No tenga miedo, mi negrito: es el sereno.
Y pasó un hombre envuelto en una capa, con un farol en la mano. Caminaba rápido y cantaba: —¡Las ocho han dado y sereno!
A Motitas le gustó tanto lo que el sereno cantaba que se lo pasó repitiendo: —¡Las ocho han dado y sereno! Hasta que Filemón lo hizo callar porque ya llegaban al lugar donde tenían que entregar la carta.
A la vuelta, pasaron por la Plaza Mayor y a Motitas le gustó muchísimo. Y más que nada le gustó una casa con un reloj en la torre y un balcón muy largo.
—Se llama Cabildo —le dijo Filemón cuando Motitas preguntó.
—Es la más linda de todas —decía Motitas
—. ¿Y quién vive ahí?
—Ay, Motitas —se reía Filemón—. ¡Mucha pregunta para este negro que sabe tan poco! No sé si alguien vive ahí, pero sé que es un lugar muy importante, m’hijito.
Motitas se fue a dormir pensando y pensando en esa casa tan linda, tan grande y tan importante. Y hasta soñó que caminaba por el balcón y miraba la plaza grande por donde había caminado a la noche con Filemón.
Por eso al día siguiente se despertó con una sola idea: quería ver el Cabildo otra vez, y quería verlo de día, porque se imaginaba que iba a ser mucho más lindo que como él lo había visto, en la oscuridad. Y aunque hacía frío y estaba lloviznando, en un descuido, Motitas se escapó y se fue corriendo a la Plaza Mayor.
Cuando llegó, había muchísima gente.
—¿Qué pasará? —pensaba Motitas un poco asustado. Y ya estaba por volverse cuando vio a un señor que repartía unas cintas.
—¡Cómo me gustaría llevarle a mi mamá un pedacito de esas cintas! —pensaba Motitas. En eso oyó que un señor que estaba a su lado decía: —Déme cintas, señor. Yo soy criollo y quiero ser libre.
Entonces Motitas se animó y también dijo, muy decidido: —Señor, yo también soy criollo y quiero ser libre. ¿No me da cintas? El señor lo miró, se sonrió y le dio una. La gente gritaba y Motitas estaba un poco aturdido. De pronto vio que se abría el balcón del Cabildo y que salían muchos señores y hablaban fuerte, fuerte… y todos los que estaban en la Plaza Mayor aplaudían y se abrazaban. Entonces Motitas también abrazó a una nena que estaba a su lado y le dijo: —¿Querés ser mi amiga?
—Bueno —le dijo la nena.
—¿Por qué estamos todos tan contentos? —preguntó Motitas a su nueva amiga.
—Porque desde hoy seremos libres y nos gobernarán los criollos; ya no nos mandarán más los representantes españoles.
En ese momento empezaron a repicar las campanas: Talán, talán, talán… Tan tan, tan tan… Motitas volvió a la casa corriendo. La mamá, que estaba preocupada porque no lo encontraba, primero lo retó, pero después lo abrazó. Y se puso muy contenta con la cinta que Motitas le regaló.
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Todos se abrazan!, dicen que desde hoy ¡nos mandaremos solos! —¡Ay, Motitas! ¡Pero qué cosas dice mi negrito! —se reía la mamá—. Venga a comer una empanada y no se escape más. Y Motitas se comió una empanada riquísima el 25 de Mayo de 1810.
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